Una vez llegado el racimo a la bodega, se realiza una segunda selección en nuestra mesa de selección, donde se eliminan las últimas impurezas antes de separar el grano del raspón y prensarlo suavemente para extraer el mosto más dulce y los aromas más maduros. Rápidamente, se inicia la fermentación alcohólica en depósitos de acero inoxidable a una temperatura de 18 °C. Finalizada la transformación de los azúcares en alcohol, se llenan las barricas nuevas de roble de 500 litros donde, durante doce meses, la madera y el oxígeno crían este vino para convertirlo en un placer para los sentidos. Las lías que han fermentado el vino también se mantienen durante el envejecimiento, ya que aportan cremosidad y complejidad que posteriormente se puede disfrutar en la cata. Realizando un “batonnage” semanal para resuspender y enturbiar el vino, ayudamos a que los polisacáridos, grasas y aminoácidos redondeen el vino durante todos estos meses. Se lleva a cabo la fermentación maloláctica, donde aparecen nuevos aromas fermentativos y se logra una acidez más suave y agradable. De forma natural, se estabiliza con las bajas temperaturas que se alcanzan durante el invierno. Después de una breve filtración, se embotella con corcho natural antes de permanecer en botella doce meses más antes de su comercialización.